Ante un ojo medianamente crítico, las campañas electorales destapan algunas condiciones de la sociedad. Por ejemplo; la disposición de la gente a tragarse mensajes preconcebidos, gestos calculados, palabras concretas repetidas con fines traslúcidos, fotos con negros (la ancianita adorable, no el del top manta, por supuesto) para que veas cómo la diversidad apoya a la derecha, y un largo etcétera que convierte la realidad en una especie de circo con sus personajes y acrobacias, pero sin la emoción de los funambulistas. Cuando Thoreau escribía sobre su sociedad del siglo XIX en Una vida sin Principios, decía que no podía evitar coger el periódico sin encontrarse con que un desdichado gobierno, acorralado y en sus últimos días le estaba pidiendo a él, el lector, que le vote. Menos mal que las sociedades avanzan y evolucionan.

Por otro lado, al margen de los factores comunes, cada campaña electoral presenta una serie de rasgos particulares que la convierten en única y fascinante. En esta que estamos viviendo actualmente, un rasgo que la define es la confrontación entre lo nuevo y lo viejo. La nueva política viene con ganas de arrasar con todo y la vieja está dispuesta a agarrarse al poder aunque se tenga que dejar las uñas en ello, o incluso imitar a los nuevos. Un ejemplo es el ejercicio de cierto partido político que decide usar la estrategia novedosa de elegir como líder al guapo en vez de al inteligente.

Pero esto no solo pasa en la política, también ocurre en la música. Está claro que la nueva, cada vez menos nueva música electrónica, va poco a poco ganando un espacio mayor y merecido dentro del rango de las frecuencias, pero siguen saliendo a la luz de vez en cuando un amplio número de puretas que aún la miran con cierto escepticismo. A mi parecer se debe al hecho de que juzgan la EDM con los criterios más tradicionales a la hora de juzgar la música y, de nuevo a mi parecer, puede ser que si las cosas cambian en sí, también hay que cambiar la forma de mirarlas, si no, se produce un desfase demasiado amplio entre la realidad y la mentalidad. Hay que romper el cascarón, como recomendaba Demian en la obra de Hermann Hesse. Luego ya, están los gustos.

De todas formas, unos conceptos no siempre tienen que ser sustituidos por otros, sino que se pueden encontrar vías alternativas en las que ambos se mezclen, no como término medio en sí, sino también como proceso de la evolución. Y un ejemplo de esto llevado a la música, podría ser Munduko Beat, la banda madrileña que a través de una continua experimentación sonora, logra mezclar la esencia de instrumentos tradicionales con las oportunidades que brindan los sonidos de la música electrónica.

Clasificar a Munduko Beat como música electrónica sería caer en una generalización muy grande. Es cierto que hay scratches, bases electrónicas, samples y loops, pero todo ello aparece mezclado con cuerdas, vientos y una maravillosa percusión que sería incapaz de salir de un ordenador. Ellos mismos se definen como Etno-electro jazz, y similar al giro que aprovecharon Primal Scream con el acid house, Munduko aprovecha las dotes de la música electrónica para aportar a sus canciones de giros y mezclas inesperados, sin una pista para que el oyente intente intuir algo antes de que pase, encontrándose así abierto a la sorpresa y como parte fundamental del experimento.

Lo más maravilloso de este disco es poder apreciar la convergencia con percusión africana por un lado, y por otros, flautas orientales que más tarde se convierten en latinas y el ritmo de repente adopta un carácter de jazz pero la guitarra sigue un off beat clásico de reggae y por algún lado suena un scratch, creando todo ello una compleja pero hermosa construcción. Algo similar a la sensación de dar un paseo por Lavapiés.

Pero a veces el experimento parece pasarse, como en el caso de la segunda edición de la canción Punkez donde aparece un rap con tintes old school pero con una composición muy básica, demasiado simple incluso para el old school, y que al final deja un sabor de que no se ha dicho nada. Además, en un disco meramente instrumental, donde las voces aparecen casi siempre en tono de simple, un rapeo tan directo queda un poco abrupto e incrustrado en el resto del color del disco.

Pero en su conjunto, el álbum se junta de manera impecable, apostando por la diversidad, que es por lo que hay que apostar hoy en día, y presentando al oyente una especie de nihilismo personalizado, donde las melodías no atacan a un status de conciencia específico, sino que son lanzadas al aire para que cada cual extraiga de ellas los sentimientos que crea necesario. Y se agradece oír algo así.

Texto: Diego Rodriguez Veiga (@diegoricks)

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