¿Qué invento es ese de la patria? Qué sentido encuentran las líneas artificiales que separan, cuando se dibujan, y que no existirían en el estado natural de las cosas. Qué sentido encuentran esas ideas metafísicas que pretenden condicionar lo tangible. Últimamente hay un empacho de patria. La sacan a revolotear las localidades que dicen ser patria suficiente, los deportistas que dan patadas a cosas en nombre de sus patrias, y aquel político que siempre va como recién duchado y que dice que su idea de patria es más buena que la idea de patria de los otros. Si hasta es el nombre de un best-seller. Patria everywhere.
El pasado sábado el empacho derivó en una reflexión interesante en el Café Berlín de Madrid. El dúo Fetén Fetén puso sobre la mesa algunos de los conceptos que forman esa idea de patria –véase la cultura, la tradición, la identidad…— en una especie de deconstrucción, deliberada o no, que separa cada elemento y lo mezcla con otras culturas, otras tradiciones, otras identidades, en un ejercicio de profanación patriótica y herejía purista.
“Todo lo que se haga con respeto y profesionalidad, está bien”, comenta Jorge Arribas, la mitad del dúo que completa Diego Galaz. “Tenemos una canción que se llama ‘Jota del wasabi’, que es un ritmo de jota y escala pentatónica. Podría llegar un purista y decir que no es una jota, pero estamos en el siglo XXI”, añade, y hace hincapié en el empape como forma de aproximación respetuosa. “Si hacemos una milonga, la escuchamos, asistimos a una milonga tradicional y en el disco nos rodeamos de un guitarrista argentino que te explica cómo se hace, aunque luego le damos la visión contemporánea desde nuestro prisma”. Así, nadie les puede acusar de llevar a cabo una apropiación cultural o de quedarse en puro artificio.
Fetén Fetén anda ahora compaginando su gira como artistas invitados en el show de Fito & Fitipaldis con la presentación de su cuarto y último disco publicado, ‘Melodías de ultramar’. En él, la apuesta se vuelve todavía más compleja e interesante. Si antes radicaban en la puesta de largo de géneros añejos como el fox-trot, el vals, el chotis y un etcétera campechano pero no humilde, ahora se ve en ellos el resultado de los viajes que han hecho, viajes tanto musicales como por la música, si se entiende.
“Al principio hacíamos música de nuestra tierra, música castellanoleonesa y de la península, y nos hemos ido abriendo con los viajes”, comenta Arribas. De ahí salen títulos como ‘Fandangos y Txalupas’ o ‘Pasodoble del Magreb’. “Tampoco queremos tener la etiqueta de rescatar la cultura tradicional o ponerla en valor, sino como forma de inspiración”, aclara. “Hemos encontrado inspiración en los ritmos de baile y la función social de la música. Especialmente en las etapas más duras, en las que la gente se pasaba el día trabajando en el campo y el día de la fiesta era la oportunidad de conocer a tu pareja, disfrutar, tomar algo con tus amigos…”.
Sin embargo, aunque la intención y resultado se sostienen por sí,
hay más cosas. La más vistosa sólo se puede apreciar en un directo y es cuando en la jota las castañuelas son dos cucharas y la flauta es una silla de camping, cuando las percusiones se hacen con una sartén, de un palo de escoba y recogedor salen dos flautas y hay una especie de güiro hecho con vieiras. “Hay gente que entra por la curiosidad de los instrumentos que usamos pero luego se queda”, reconoce Arribas. “A lo mejor se ríen cuando ven que usamos un serrucho pero luego escuchan que hay una propuesta musical detrás y se pone al servicio de la música, que no es un ejercicio de atrezo circense”, añade. “Lo importante es que aunque se una flauta hecha de una escoba tiene que tener una cabida musical además de visual”, dice, “Pero luego se saca una sonrisa y eso está bien”, apuntala.
Y eso para ellos es importante. Son una especie de hombre orquesta, no sólo por los instrumentos sino por los fines. Arrbias empezó a tocar el acordeón con 12 años porque vio a alguien hacerlo en el colegio. Ahora, ambos participan en programas divulgativos y en conciertos para “peques”. “La idea es dar una vuelta de tuerca a la música y que usen la imaginación”, dice. Y también está la función social, la de ir a las secciones de diálisis, a colegios de educación social para tocar con niños con autismo y cualquiera de esas propuestas donde no hay discusión de que el arte realmente sirve para algo. “Nos gusta cuidar también esas facetas, más allá de los discos y los directos”, dice.
Texto: Diego Rodriguez Veiga (@diegoricks) / Imágenes: Fran Antón
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