Enciendo el telediario, la radio, leo la prensa y queda claro que en algo nos hemos equivocado. Leo libros de historia y, excepto por las comodidades de la vida, no parecemos haber avanzado mucho respecto a nuestros progenitores. Al entender esto, hay ciertos aspectos que pierden importancia entre la nada. Por mucho que nos esforcemos, los hijos de nuestros biznietos seguirán librando guerras por cuestiones absurdas, continuarán siendo pobres o ricos, trabajarán para descansar y hasta puede que no les queden amigos tangibles porque la tecnología los ha terminado de aislar a todos.
Ante este panorama real y que, según el día, se presenta desolador, solo queda preguntarse si sería posible volver al punto en el que nos hemos equivocado, aprender de nuestros errores y hacer con más amor aquello donde no supimos mirar más allá de nosotros mismos. Un regreso a la naturaleza, como propusieron tantos pensadores; un regreso a las raíces, volver to the roots como pareció proponer la música de Emeterians el pasado sábado en la sala Copérnico.
Con más de diez años de trayectoria y tras haber compartido escenario con artistas como The Wailers y el gran Max Romeo, presentaron The Journey, su último disco, de la mano de la Foward Ever Band que suele acompañarles a la hora de crear un faro actual y fresco en el panorama reggae nacional. En un género, el del reggae, en el que a veces es difícil sorprender e innovar, la fórmula clave de Emeterians consiste en la variedad de sus componentes. Tres voces; la de Sister Mary Jane, una joven que le da un matiz más armónico que en ocasiones tiene un toque hacia la música negra y el rocksteady de Phyllis Dillon; la de Brother Wildman, con un carácter más áspero y directo que entra en el ragga y la de Maga Lion, que aporta la personalidad clásica del roots y que sostiene una identidad principal sobre la que divergen entonces los diferentes subgéneros y las diferentes épocas del reggae y que caracterizan el sonido personal de la banda madrileña.
Es por estas características que el público, que al principio no pareció haber respondido a la llamada, empezó a aumentar en cantidad y calidad, congregándose y entregándose a un espectáculo que poco a poco iba creciendo gracias a una buena selección del setlist que permitió mantener una atención constante y que logró que en la hora y media de concierto nada faltara y nada sobrase. A pesar de ello, la Forward Ever Band se demostró completamente capaz y competente pero las limitaciones del género, que imponen una música muy cerrada y con pocas variaciones, cerraron la performance de una banda musical cuyo talento podría haber brillado mucho más; porque de donde hay, se puede sacar.
Pero no todo era cuestión de formas y el grupo también rebosó contenido. Mucha gente se acerca al reggae por el morbo de la marihuana y de cierta libertad personal pero pocos se quedan a entender lo que de verdad supone: un mensaje de contacto con la naturaleza y combate contra las injusticias en un mundo tremendamente hostil; así nació en Trenchtown, Kingston, y en esa dirección condujeron su mensaje Emeterians al hablar de revolución, música, las gentes del mundo y, sobre todo, amor, mucho amor.
Ya dijo Wilde en uno de sus epigramas que todo tipo de arte es innecesario, pero el reggae de Emeterians no se queda meramente en arte; busca una función, un mensaje, un sentido de ser que evoca a cuestiones más grandes que nosotros mismos pero que serían imposibles sin la participación de todos.
Por eso The Journey, el viaje, se consagró el sábado como una travesía circular hacia una puesta en común de lo bueno que tenemos, un retorno a las raíces y al punto en el que nos equivocamos por primera vez; pero al mismo tiempo se consagró, dentro de ese círculo, como un viaje hacia un futuro donde la conciencia de los errores cometidos por la falta de amor y exceso de individualismo sirve de semilla para cambiar de camino, como si no nos hubiéramos equivocado nunca.
Texto: Diego Rodriguez Veiga (@diegoricks) / Imagen: Iván lionel