Que un grupo de reggae no tenga ningún integrante con rastas, además de una cuestión estética parece ser también una declaración de intenciones. Es también una declaración de intenciones que más de la mitad del grupo provenga musicalmente del núcleo de la música negra y de fusión en Madrid más ligado a lo puramente técnico e instrumental. Además puede que también sea una declaración de intenciones el hecho de que no haya ningún metal en la banda.

Es una declaración de intenciones de un grupo de reggae que de los dos invitados que tengan en el bolo uno de ellos sea un trompetista de referencia dentro de la escena local y nacional del flamenco-jazz. Y, sobre todo, es una declaración de intenciones por parte del público no sólo aceptar una propuesta diferente dentro de un círculo donde abundan demasiados ortodoxos musicales sino también el hecho de terminar el show, literalmente, patas para arriba.

Llevo escuchando a Blueskank desde hace tiempo (resultaría imposible trabajar en una plataforma de difusión de música alternativa de Madrid y no conocerles), pero hasta hace menos de un año no había podido coincidir en ningún directo del grupo, más allá del formato trío que presenta en muchas ocasiones y que hemos tenido la posibilidad de contar con ellos cuando realizábamos el encuentro de músicos de Madrid en el Campo de la Cebada, ya un buen tiempo atrás.

La primera vez que los vi fue entonces este mismo verano en el festival Enclave de Agua. Recuerdo que la primera impresión fue de sorpresa al ver que no llevaban ningún viento en escena, siendo (si la memoria no me falla en un rápido intento recordatorio) el único grupo que he visto allí sin dicha sección al menos en el escenario principal. Recuerdo que pensé “Vaya cojones presentarse así», cuando lo más fácil en un escenario tan grande, y de tanto peso, era hacerlo con unos cuantos metales arriba de él. Un gran alarde de personalidad que se vio solventado con un directo sólido y de mucha identidad.

El pasado sábado me tocó coincidir por segunda vez con el grupo en directo en la sala Taboo, ya jugando en casa y en el cierre de un año que entre otras cosas, tal vez gracias a la versatilidad de formato que tiene el grupo, sea trío o en su formación al completo, le ha hecho recorrer una gran cantidad de escenarios y abrir puertas que a grupos más numerosos se les haría imposible de gestionar.

Metidos en el show, Blueskank presenta una gran compenetración de mucho entendimiento y complicidad entre ellos. Musicalmente es una banda solvente que a simple oído parece sencilla y natural y donde en su escucha más detallada innumerables capas dan ricas texturas sin pisarse las unas a las otras, compenetrando y potenciando aún más el sonido. Un dinámico juego de voces hace que el grupo desarrolle una gran fuerza melódica en cada canción. Sabiendo, además, relegar su protagonismo en el escenario para que sea la música concretamente la que se apodere de la atmósfera.  Y como buena banda de esencia reggae, contienen reivindicativas letras de cargado tinte social y político aunque sin la necesidad de abrasarte en la explicación, sino más bien, dejando que éstas entren suaves a tu oído y que solas se repitan dentro de él.

Sin embargo, y a pesar de ser una banda consolidada y de gran empuje musical, parece ser que existe algo que hace que a Blueskank no se le termine de entender (¿o aceptar?) del todo el proyecto. No sé si es debido a esa versatilidad de formatos que presenta la banda y que la hace menos identificable para el público. Si será por la suave presencia escénica del grupo, contrastada por los momentos en que Nico, el percusionista, coje el mando del show y conecta más estrechamente con la gente. O si será tal vez por la clara diferencia entre el “clásico” público consumidor de reggae y la propuesta musical que presenta el grupo.

Personalmente me arriesgaría a decir que se debe a su manera fiel de entender el reggae y la música en general. Fiel no como algo que te ata a cierto estilo o dinámica en concreto, si no aquella fidelidad que te libera y te deja ser. Más aún dentro de un género que nacido en la lucha contra ciertos prejuicios se convierte muchas veces en prisionero de ellos mismos. Y donde el hecho de provocar cierto tipo de hemorragias internas para que el ritmo sincopado brote bien en un reggae roots puro y natural, bien en un afrobeat o bien en un fraseo más funky, sea esto paradigma de libertad para unos y perjurio para otros.

El tiempo y/o los críticos dirán si esta bien o no, si es necesario incorporar ciertos matices jazzeros o si merece la pena, musical, comercial y/o mediaticamente formar un grupo de reggae y no llevar rastas. Pero es necesario y, más aún, sobre todo desde esta clase de medios que nos consideramos de anárquicos gustos e independientes, reivindicar el valor de la apertura, aún siendo (y sabiéndonos, claro) esclavos de un contexto imposible de ignorar.

 

Texto: Iván lionel     /   Imágenes: Lee Cunningham