[su_dropcap]E[/su_dropcap]xisten grupos de música donde el acercamiento entre los integrantes no excede de lo estrictamente musical, y grupos que parece que la música sea la excusa idonea para poder estar en conexión entre sí. Encontrando así un vinculo que va más allá del éxtasis escénico, donde además de fomentar la unión grupal, potencia altamente la creatividad y capacidad artística de cada uno de sus miembros. El hombre es un animal de contexto y aquí lo demuestra en gran medida.
Tal es así que, como en el caso de Papawanda, continúan ese estrecho vinculo a pesar de que ahora es la distancia la que marca las pautas, con sus integrantes repartidos a lo largo del continente. Fieles a su deseo incorrupto de crecer como grupo dentro de un panorama musical cada día más enrarecido (por decir alguna palabra no tan grotesca). Es allí, cuando esos vínculos pasan de todas esas pajas mentales que rodea al mundo del arte y su punzante ego, donde la forma cede a la expresión y esta explota radicalmente sobre el escenario.
Ver un concierto de Papawanda es ver ante todo a un grupo de amigos conectados bajo una misma sintonía. Una unión grupal que supera las horas de ensayo ausentes, una fuerza colectiva que achica todos los kilometros que los separan y un pulso a esa adversidad de tener que vivir en un país donde dedicarse a ser músico (y serlo) no solo no alcanza, sino que a veces, ni tan siquiera ayuda.
Así, bajo el gran carisma de Borja, voz principal, Papawanda traza los caminos del reggae, el ska, la fusión y suaves evocaciones al swing, convirtiendo a la entrega en la peor pesadilla de la desidia. Regalándonos, además, un gran preludio para una noche que se antojaba muy, pero que muy “funky”.
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Luego de Papawanda y con la sangre comenzando sus primeros hervores, Funkolate tomaba el escenario y no lo soltaría hasta ver una abarrotada sala Barco pedir “otra”, pasada largamente ya la primera hora de la madrugada. Un potente directo que lo primero que recuerda es el desastroso estado de mis caderas, que parecen hacer caso omiso a un cerebro que pide movimiento sin fin tras el brutal sonido metálico del grupo.
Con parte de la formación nueva de la que los encontramos en su primer Lp, “Ya Estamos Aquí” (que aquí reseñamos), se puede escuchar un sonido Funk contundente, bravo y fresco; Que avanza aún cuando sus pies tiemblan y ríe incluso cuando la sombra de su sonrisa no se refleja en la oscuridad de la noche.
Funkolate nos presenta un tridente de metales que, siempre de la mano, se mueven, retroceden, atacan y aprietan sin ceder ni un momento con la certera fuerza de su fraseo melódico. Un pequeño surco de música disco dibuja por momentos la guitarra, de incansable labor, y un frenético y enardecido bajo con un ritmo demencial y una ferviente elasticidad rítmica nos empuja hacia el camino del baile.
Sin duda que con un directo siempre así, Funkolate garantiza un viaje de alto y enérgico vuelo, más aún, cuando las formas maten a la expresión y las llanas y rutinarias noches acechen la ciudad.
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[su_heading size=»18″ margin=»0″]Conoce más de Papawanda y Funkolate aquí [/su_heading]
Texto: Iván lionel / Imagen: Mohamed El-Jaouhari – Elena Cuesta