“No somos de piedra, nacimos de la erosión” reza un verso que sale al aire, contemplando la erosión no como un desgaste paciente sino como una manera de adoptar nuevas formas en armonía con otras que ya existían. E imaginamos la montaña que se suaviza y se convierte en arena por el aire, visitando nuevos lugares tras abandonar aquella firmeza que antes era una característica, pero ahora representa el pasado.

Algo así transmite Monzón, el último trabajo de Club Del Río, como aconsejando que no viene de más abandonarse a sí mismo de vez en cuando y convertir en algo conocido, aceptado, superado, lo que antes no suponía más que barreras.

En esta extensión del anterior EP, nos encontramos con música difícil de clasificar debido a su completa variedad. Lo distinto convive en el disco como conjunto, pero además también en cada canción, convirtiendo cada corte en una antología de ritmos, registros y giros inesperados.

La potencia y compleja simplicidad de lo acústico aparece en todo su esplendor. Madrid sigue siendo el centro, pero en está ocasión como punto de convergencia de los acordes y punteos de guitarras; y voces peculiares reforzadas con coros que prácticamente dan al grupo un aire de comunidad. Todo ello asentado sobre la base de la música tradicional española, aflamencada, mezclada junto a las formas de la Sudamérica de los cantautores y con toques y progresiones del folk en inglés, que tantos grandes artistas ha generado.

Pero cuando la música deja de sonar, porque, inevitablemente, al final siempre deja de sonar; no tienes la sensación de haber asistido a un espectáculo de alegría cruda, inalterada. Como una especie de alcohol que rasca en la garganta pero que al final deja un gusto peculiar en la boca, las canciones entran en tu ser de ese instante a través de verdades crudas, pero dejando un sabor de positivismo indescifrable.

Texto: Diego Rodriguez Veiga (@diegoricks)
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