Despertar, trabajar, comer, lavadora, cenar, dormir. Despertar, trabajar, comer, plancha, cervezas, dormir. Despertar, trabajar… Un día tras otro la rutina se instala en lo invariable, donde la salida se ve cada vez más lejana y el tedio presiona. Pero un día te das cuenta de que la mosca se ha posado en un sitio diferente de la mesa, el viento sopla más flojo que de costumbre, o quizás está más nublado cuando miras hacia el horizonte; y si sabes vislumbrarlo nada más es estático.
Algo así parece querer explicar Lucas Bolaño en Impermanencia, un trabajo que se suma a su vía más experimental, donde la música en sí es un concepto, pero a la vez no es nada, es estática y móvil al mismo tiempo, como una especie de meditación que busca abandonar un cuerpo hacia algo más transcendental, como algo que, sin moverse del sitio, va viajando.
Bolaño logra esto a través de una base sonora enigmática pero simple a la que se van sumando pequeñas aportaciones, ligeras, muy ligeras, transformando la canción y haciendo que sea como un puñado de arena fina que se escurre entre los dedos y que, por más que aprietes, no podrás retener, como el tiempo, los buenos momentos, como la vida. Esencia insobornable.
Esto lo convierte en una música compleja, laberíntica, que no es estática pero tampoco tiene los elementos como para patrocinar una fiesta y además puede que sea muy difícil en directo. Es música que más que canción parece un cuadro; con su base, sobre la que se van añadiendo pinceladas y se va transformando, llevando a cabo un viaje hacia los inicios donde está la línea que diferencia la música del ruido antes de que un sonido se convierta en uno de los dos.
Impermanencia es revolución contra el dictado de los tiempos modernos de la prisa, la inmediatez, la cantidad y lo superficial. Borra todo aquello para partir de cero, experimentar hacia nuevos lugares y actuar más en el mundo de las ideas que en el de lo terrenal; algo, desde luego, para mentes abiertas, ¿pero no es así lo bueno?
Texto: Diego Rodriguez Veiga (@diegoricks)