Estábamos dando un concierto en Leipzig con la banda. Era una terraza de verano con un sonido bastante cutre, pero lo suplieron unas hamburguesas cojonudas y cerveza como para surtir a un ejército. Pese a que el público alemán no es famoso por su entusiasmo, logramos arrancar algunos aplausos sinceros a nuestros espectadores, y en la gorra cayeron billetes suficientes como para que nos sintiéramos contentos.
Al terminar se me acercó un tipo bastante extraño a darme la enhorabuena, en un perfecto inglés americano. Calvo, con gorra de beisbol, de unos cincuenta años y mirada penetrante. Podría haber sido un vagabundo, pero lo cierto es que estaba mucho más en forma de lo que yo estaré en mi vida. Me dijo muchas cosas bonitas de nuestra música, que le recordábamos a Zappa, a las bandas de su época y todo eso, y pidió permiso para sentarse con la banda. Aunque su presencia era quizás un poco intrusiva, pronto la cerveza, ese maravilloso lubricante social, empezó a hacer efecto, y empezamos a sentirnos relajados como para mantener una conversación bastante fluida en inglés con aquel extraño.
Por lo visto Vincent era un bailarín y venía del East Village, Nueva York. Un perro viejo, vaya. El tipo había vivido toda la época de la explosión punk y las block parties. Cuando N.Y era una ciudad peligrosa de verdad y había pistolas, basuco y buena música en cada esquina. Había estado cerca de Iggy Pop, Ramones y toda esa gentuza, y hacía bien en vanagloriarse de ello. En cierto momento casi todos mis compañeros empezaron a largarse al bunker que teníamos como alojamiento detrás del garito. Fue entonces cuando Vincent agarró una de las guitarras. “Yo también hacía canciones”, dijo, “pero al final tiré por el baile. La mierda es que un bailarín de 35 ya se está quedando viejo, y uno de 45 es un abuelo. El cuerpo es muy cabrón, no responde igual. Yo tengo que mentir sobre mi edad en los castings, para que os hagáis una idea. Si digo la verdad sencillamente no me dan el trabajo”.
Empezó a templar el instrumento con algunos acordes soul-blues. Se notaba que no era músico pero tenía buen oído. Empezó a cantar con una voz rasgada y suave al mismo tiempo, bien afinada. Coño, pensé, este tipo sabe cantar. Vincent se marcó uno de esos temas que te ponen los pelos de punta, mientras iba subiendo la intensidad de la canción se marcaban cada vez más las venas de su cuello. Todos aplaudimos sorprendidos.
-¿Queréis conocer la historia de esta canción? Dijo Vincent con tono confidencial, como quien te va a contar un secreto. Pues bien, en los noventa ya era yo un poco mayor que vosotros. Tenía mi bandita en el East Village, nos buscábamos la vida, no hace falta que os explique, ¿verdad? En fin… la cosa no era fácil pero nos manteníamos a flote. Un día escribí este tema, el que acabo de cantar, y apareció un productor. El típico productor de discográfica multinacional. “Este tema es buena mierda, ven con nosotros y conseguirás la fama”, dijo. Así que un buen día me presenté en la oficina e hicimos un trato de un montón de pasta por grabar el tema. Mucha más pasta de la que podáis imaginar. Hablamos de una época en la que la música movía masas.
A las dos semanas me llamaron para decirme que el tema estaba listo, que solo debía ponerle mis voces. “¿Y la banda?” Pregunté. “La banda no hace falta, amigo, la música ya la pusimos nosotros”. Llegué al estudio y al escuchar lo que habían grabado se me cayó el alma a los pies. Lo habían convertido en una basura popera que sonaba exactamente igual que todos los temas que pegaban en la época, lo habían convertido en el puto “Gangsta´s Paradise”. Yo odiaba ese tema, tíos, y al escucharlo se me revolvieron las tripas. “No, yo no puedo publicar eso, les dije, ése no soy yo.” “Pues, o lo publicas a nuestra manera o estás fuera, chico,” me respondieron. Hay muchos desgraciados como tú que quieren ser famosos y no tardaremos ni 3 días en encontrar otro.” Así fue como estuve a punto de lograr la fama.
No me preguntéis cómo pero acabé aquí, en Alemania, bailando, y al fin he acabado siendo jefe de mi propia compañía. Después de toda mi experiencia he llegado a esta conclusión. No se trata de fama o gloria: se trata de dientes o gloria. A los dos años de esto perdí los dientes, se me pudrieron todos y se fueron a la mierda. No sabéis lo que es vivir sin dientes, muchachos. Estos que tengo no son míos, son de mentira, cada mañana me duelen como la puta madre, no me puedo comer ni un jodido filete. Si lo hubiera sabido en ese momento, quizás habría aceptado sus condiciones. Joder, si aún tuviera mis dientes… Así que ya sabéis, muchachos, vosotros elegís: dientes o gloria. Os deseo mucha suerte en vuestro camino, sois buenos, os merecéis algo grande. ¡No lo olvidéis!
Vincent apuró su cerveza, se montó en su vieja bicicleta y desapareció en la oscuridad de la noche. Desde entonces no paro de pensar en mis dientes y en lo que será de ellos en el futuro. ¿Dientes o gloria?
Texto: Mario Boville / Ilustración: Tordezailart

El Ermitaño (Por Tordezailart)