El protagonista de esta historia tiene otro nombre, preo preferiré llamarle El Gavilán. El Gavilán viene de la Castilla profunda. Bohemio de los de antes. De los que apuran la papela hasta que les tirita el bolsillo y gastan sus noches cacareando con su guitarra por los tugurios más infectos de la ciudad.
El Gavilán con sus versos y sus rumbas trasnochadas, con su rap sabinesco, el Gavilán con su tupé de Makinavaja y sus pantacas de pitillo me volvió a liar. Maldito cabrón infeliz, sabe hacerlo como nadie. Aparecer en un rincón de Agustín Lara y conseguir que la noche se vuelva absurda. Y de pronto entrar en esa espiral y convertirnos en cagarrutas girando en la cisterna del wáter. Deshechos de la noche a la caza de algún polvo (con un éxito nulo, al menos en mi caso), siempre volviendo al amanecer con las manos vacías y el estómago y los pulmones negros, con la sensación de que el tiempo ya no te está dando palmaditas en la espalda sino patadas en el culo. Siempre pensando “esta es la última vez que me dejo liar por este malnacido”. Siempre, siempre, siempre otra vez.
El Gavilán siguiendo el rastro de la farándula con su olfato de serpiente.
El Gavilán con las napias como el Himalaya agachándose por los portales.
El Gavilán acariciando el mármol de los retretes con la punta de su nariz.
El Gavilán en la puerta de un club gay intentando sacarle un chupito gratis al portero.
El Gavilán doblando la esquina con una tía del brazo y desapareciendo entre las sombras.
La verdad, no tiene sentido echarte la culpa de mis devaneos pendencieros. Quizás tengas razón, cabronazo, cuando me dices “en realidad estabas buscando esto y lo sabes. No te vayas ahora a hacer el remolón”. Sí, puede que sea cierto. Puede que lo estuviera buscando y seas el espejo en que me miro.
Al final, Gavilán, acabaré perdonándote todo lo que hagas, todas las noches en blanco, todas las horas ladrando al universo, todos los amaneceres sin sentido, todas las resacas infernales. Bueno, todo excepto lo de poner el billete de 5 pavos entre los trastes de la guitarra y hacer como que tocas swing mientras aporreas las cuerdas. Eso jamás.
Texto: Mario Boville / Ilustración: Tordezailart