Dentro del mundo de la música, además de los artistas en sí (los menos), abundan una serie de infinitas cantidad de seres que, en algunos casos, ayudan a su evolución y desarrollo del género y ,en otros casos, solo viven para beneficio personal sobre el rédito y labor de los demás: «vampiros musicales». Está claro que el poner a todos dentro del mismo saco nos llevaría a un grave error, encontramos innumerables casos de productores y/o discográficas que apostaron, y hoy más que nunca siguen apostando, en pro de un ideario fuera del panorama comercial que, a no ser tanto por su respaldo económico como por su compromiso a seguir luchando por los intereses de los artistas más que de los comerciantes, se vuelve una prioridad en su filosofía de trabajo.

Pero sí sabemos bien que son muchos los que se dedican a vivir a expensas del trabajo de los demás, sea tanto en el mundo musical como no. Encontramos así un cumulo de managers, productores, discográficas, patrocinadores y cantidad de brujos, pitonisos y especuladores que nadie mejor que ellos, por supuesto, conoce ya no el mundo de la música, sino su negocio. Ya que, entre otras cosas, fueron ellos quienes lo crearon, principalmente, a base de una imagen que diera sustento al arte y no viceversa… Encontramos el caso, por ejemplo, de la mítica discográfica estadounidense  Decca Studios, encargada de llevar a artistas de la talla de Bing Crosby, Ted Lewis, Count Basie, Billie Holiday o Luis Armstrong, y que por el año ´62 rechazó un demo de The Beatles, argumentando que los grupos de guitarra estaban en plena decadencia. No tardó mucho EMI en fichar por ellos y convertirlos en la banda más influyente de la historia. Hoy, primeras décadas del siglo XXI, medio siglo después de aquella extraordinaria visión musical, tenemos la oportunidad de asistir a un concierto de una banda que, ante todo, es un grupo de guitarras, un gran grupo de guitarras con la potencia y desparpajo de antaño y con aires frescos y originales.

«Peachy Joke», una banda que suda emoción y adrenalina en un potente directo. Un directo que arde desde el comienzo hasta las desenfrenadas notas finales. Un concierto que respira fielmente esencia de rock and roll y recoge, a base de garra, convicción y fuerza, el espíritu perdido de aquellos que dejaban todo arriba de un escenario, donde nunca se les pasaba por alto que estaban ahí por y para el público.

Venidos ni más ni menos de una tierra donde esa ansia de rebeldía, lucha y corazón se hace latente en cada esquina de cada pueblo, Peachy Joke hacen honor de su lugar natal, Euskal Herria, y nos regalan una combinación frenética de clasicismo y la innovación necesaria de las buenas bandas para seguir sonando como antes pero diferentes. The Beatles, The who, The Whites Stripes o las mismas entrañas de los Wolfmother marcan el camino de la banda. Potentes patrones de guitarras que se enredan, disparan, chocan y te muerden a la vez que una galería de sonidos enajenados a cargo de Gere en teclados, nos adentran en la vorágine rockera de la banda, un torbellino endiablado que derriba en su andar cualquier ínfulas de aroma esnobismado que ande por el aire.

Hard Blues, Rock, Garage, despiadados golpes Post-Punk y toques stoner por ciertos pasajes, podrían definir a la banda, que en la primera parte del concierto nos muestra un interesante repertorio marcado por estribillos de fácil conjugación, moldeables a un sonido que grita eufórico y desaforado a unos tiempos donde el inconformismo y la inacción ganan la batalla a ese afán de lucha e indisciplina social que tanto nos hace falta hoy más que nunca. Y donde parece ser que el rock, esa música proviene de las tripas mismas del diablo, música de contestación y de protesta que tanto temieron y temen las rígidas estructuras sociales, ya no tiene más cabida ni influencia en la sociedad. Tal y cual se desgañitaba la guitarra de Ivan (cantante y guitarrista), desgarrándose por todo lo que perdimos, pero reviviendo en cada nota, por todo lo que vamos a encontrar.

Ya en la segunda mitad, sin bajar la guardia y siguiendo con impetuosa y energética base rítmica, se aventuran con sonidos más modernos y juegan con la capacidad atemporal de la música mezclando así melodías con tintes más electrónicos, todo ello gracias al enorme entendimiento de la batería y los teclados, donde nos olvidamos en un laberinto que enmarañan lentamente hasta dejarnos sin salida alguna más que la de la inmiscuirse en él. Se animan así a prolongadas charlas instrumentales, recordándonos aquellas legendarias sesiones de la BBC donde el músico se dejaba llevar y envolver por la ella y no por el estricto repertorio que podía marcar cualquier directo.

Encontramos así sonidos muy cuidados, frenéticas y punzantes descargas eléctricas directamente al cuerpo y a la caderas, imposibilitándote de forma alguna quedarte quieto por tan solo un instante. Una bocanada de aire fresco a la, a veces, fatigosa rutina y falta de creatividad del panorama musical. Enorme intensidad a lo largo de todo el concierto, versatilidad y contagiosa energía grupal: «Peachy Joke«.

 

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