Hace un tiempo tuve un sueño. La verdad es que ya se me había olvidado hasta que de repente Antonio Lizana lo arrastró de nuevo a mi mente. En su momento, mi sueño se me asemejó a un fragmento de Hermann Hesse que habita en un lugar lejano de mi memoria y que no sería capaz de reproducir ni de volver a encontrar, pero de su autoría no dudo. En mi onirismo, yo visualizaba a una mujer en cuyo rostro se iban reflejando, una tras otra, las caras de todas las mujeres que había querido en mi vida. Todas pertenecían a una especie de ente poliédrico; cuando besaba un rostro, al separar nuestros labios la cara era otra; cuando mentía y la mentira estaba consumada, el rostro cambiaba e inmediatamente estaba haciendo daño a alguien a quien quería proteger.
A partir de esas experiencias asimilé, en un grado que no había asimilado jamás, la relatividad de las cosas y llegue a conclusiones que no expongo aquí porque abrir las puertas hacia lo más profundo es muy peligroso. Pero el sueño quedó apartado de mi recuerdo hasta que el pasado viernes en la Clamores vi a Antonio Lizana presentar su disco Quimeras del Mar y experimenté algo similar.
Por la música de este joven gaditano y su excelente banda iban pasando los géneros, igual que por mi sueño los rostros, y todos participaban de un mismo universo conexo y transformador. Los sentimientos y las sensaciones por un jazz bien formulado, se mantenían intactos e inmaculados aun cuando la canción rompía en un flamenco apasionado.
La clasificación técnica iría directamente a recaer en el concepto del flamenco-jazz fusión. Lizana es sustancialmente diferente al jazz, por ejemplo en la forma en la que se construyen los solos, dando lugar a una estructura un poco más cerrada y concreta, más flamenca. Pero aún eso sería quedarse corto, porque se estaría excluyendo los toques de música de los lugares más recónditos, lejanos y ajenos a nosotros, como melodías traídas por el viento que empuja las velas entre el saxo alto y el soprano que Lizana pivota según el sentimiento lo reclame.
Aparentemente, de la misma forma que en mi sueño vislumbré cosas que me niego a hacer públicas, con el concierto del pasado viernes entendí cosas que no habían caído en mi atención hasta el momento y que atañen al flamenco y al jazz. Por ejemplo el hecho de que ambos vienen de comunidades que la sociedad ha tendido a aislar; la negra estadounidense, en el caso del jazz, y la gitana española en el caso del flamenco. Donde ambas comunidades han luchado por su status social que, entre otras cosas, han destacado en el mundo de las artes, concretamente en la música. De nuevo, la cultura vuelve a unir lo que otras fuerzas intentan separar y se atiende únicamente a sentimientos.
Y sobre los sentimientos resuena otra lección, en cuanto a que tanto el flamenco como el jazz tienen elementos en común a la hora de sentir. El flamenco transmite el sentimiento puro y crudo, hacia lo más hondo (jondo) y el jazz evoca un sentimiento nítido y a la vez visceral, uniéndose ambos en un sentir pasional y auténtico. Y mientras, yo me paseaba por lo pasional, asombrado por la identidad propia pero de nadie de esa música y, lo reconozco, un poco borracho, mientras un verso de Antonio Lizana gritaba al aire: “sería por el frío y el viento, que la luna abrió su puerta y nos fundimos dentro”.
Texto e imágenes: Diego Rodriguez Veiga (@diegoricks)