A las afueras de la sala Penélope de Madrid, en esa misma calle, hay un grafiti (palabra que debemos a Arturo Pérez Reverte su presencia en la RAE) que pone: “Transforma en lucha tu dolor”, adornado por debajo con una imponente hoz atravesada por un martillo. La lucha, de unos contra otros y llevada a cabo de unas u otras formas, ha sido el motor que ha impulsado todos los cambios de la sociedad; no tiene por qué ser específicamente la lucha de clases, como decía Marx, sino, opino, la lucha en general.
En sus infinitas combinaciones la lucha se ha visto mezclada con dolor, la fórmula propuesta por el grafiti, pero también con resignación, con odio, y un largo etcétera. Pero una de las convergencias más interesantes que se da en ocasiones, es cuando la lucha se fusiona con alegría, entonces esos impulsos toman forma de algo fundamental: esperanza. Dosis extra de esperanza y de lucha, de alegría y, ya que estamos, de todo, es lo que hubo el pasado sábado en la Penélope, con Trashtucada primero y Zoo después.
Trashtucada es como el puchero de “ropa vieja” que prepara mi abuela cuando acaban los festines de navidad: un lugar donde encontrar de todo. El grupo gaditano presenta resquicios de rock duro y potente, con ska y reggae y, por supuesto, el toque balkan que da la trompeta, la cual además prácticamente es la piedra angular del estado anímico de las canciones.
Pertenecen a ese compendio de grupos semi-revolucionarios que han evolucionado en conjunto desde las aguas del ska con balkan, rock y punk, que tienen la característica de ser multitudinarios y que han creado comunidad a base de festivales. Y aunque no son la banda más representativa de este espectro, aventajan al resto en dos cosas principales. La primera es la presencia de una mujer, algo aún poco común en estas formaciones y que en el caso de Trashtucada aporta enormemente al ánimo del grupo con el estado de euforia y vitalidad que solo ella sabe transmitir cuando decide tomar las riendas de la fiesta y conectar con el público para contagiar esa sonrisa.
La segunda cosa en la que se diferencian, y ya no solo de los grupos criados a base de festival sino de la gran mayoría, es ese “campechanismo” que patentó Su Majestad el Rey Don Juan Carlos de Borbón, cuando era majestad y cuando era rey, y que los Trashtucada heredan a base de, una vez terminado el concierto, juntarse con el público y disfrutar como uno más que son y que todos deberían ser, alejados de esa prepotencia que muchos artistas, hasta de los niveles más bajos, usan como intento de corroborar su valía.
Y luego llegó Zoo. Y se notó, mucho, que la gente había ido a verlos a ellos, para sorpresa de los que no les conocíamos. Presentaron una propuesta muy innovadora e interesante, llevada a cabo sobre los hombros de un DJ, un bajo, un trombón, una guitarra eléctrica que tiempos rapeaba y un rapero a tiempo completo. Y aunque todo el desglosar genérico puede entrar bajo la etiqueta de rap, todos los instrumentos tenían su voz propia que sumar al conjunto, paseando por diferentes géneros y esclareciendo una afirmación que a veces se difumina: el rap es música.
Se trataba de una apuesta arriesgada para Madrid, puesto que cantaban en valenciano, y el cartel con la hoz de segador dejaba las intenciones más que claras. Pero ahí estaban en la capital de España, ante un público madrileño, cantando en valenciano, por la cultura, que es aquello que hace a la gente pertenecer a una patria. Y una vez más, lo que la política separa, la cultura lo une, sin problema, sin diferencias, sin odio ni rechazo, sin demagogia…
Y aunque estaban lejos de casa, salía de ellos una energía intensa, pura, cruda, golpeando directamente la carne y el público. Hasta el fondo. Mezclaban el rapeo directo, con estribillos de ánimo mucho más exaltado, que entre DJ y viento a veces hasta recordaba a The Cat Empire. Y el público se entregaba a un frenesí común, alentado por un despliegue potente, que recordaba a sus amigos de Dremen, y que acompañaban con luces y escena, mucha escena.
Texto: Diego Rodriguez Veiga (@diegoricks) / Imágen: Iván lionel