[su_heading size=»16″]El intruso se rasca reiteradamente en las entrañas de un lenguaje que pensamos conocer pero que luego de escucharlos lo entendemos virginal, nuevo, sedoso e incognito[/su_heading]
[su_dropcap size=»3″]C[/su_dropcap]uestionando a la duda estamos a salvo. Rechazando lo dado incorporamos en nuestro cerebro, ya adoctrinado, leves y finas partículas de repudio a lo establecido, de sana intención por cortar una rutina monótona que irradia fielmente juegos de seducción con todo lo instaurado con anterioridad. Así, la pulga que salpica sangre barnizada en pus no es el bicho molesto que nos pica y pica sin cesar, sino aquella necesidad por la cual hace que rascarnos sea entonces la manera sutil de decirnos que algo nos inquieta.
La gente de El intruso, se rasca reiteradamente en las entrañas de un lenguaje que pensamos conocer pero que luego de escucharlos lo entendemos virginal, nuevo, sedoso e incognito; con aún prácticamente un mundo entero por conocer. Viajamos en estrepitosos acordes de un bajo que marca un camino mitad de seducción, mitad de esperpento. De unas guitaras que encierran en una nota toda la pluralidad de la vida humana, y en una forma de expansión que arrasa con la artificialidad del 4×4.
La música es expresión y expresarse libremente es hacer música con las ideas. Eso es lo que nos regala la gente de El Intruso, una improvisación solida, congruente y filosa cada vez que allá por el barrio de Usera deciden encontrarse. Una demostración que solo estamos sometidos a nuestras propias leyes y no a las que nos imponen, que en tal caso, son las que deseamos adoptar y no las que nos fuerza el mercado o quien quiera que deseemos tomar como verdugo de una imposición.
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