[su_heading size=»20″ margin=»0″] Hay quien insiste en derrocar el Rap a una categoría de pseudo-música debido a las formas musicales y estética que presenta. Pero analizándolo a fondo no podemos negar que lo que se hace en él es proyectar una forma más cruda, simple y sincera de decir lo mismo que se dice en cualquier otro tipo de música, aunque siempre cada cual con sus características artísticas y sociales en particular.[/su_heading]
[su_dropcap]N[/su_dropcap]osotros, aquellos que formamos Frecuencia Urbana, en un afán casi divino de buscar la omnipresencia en todo aquello cuanto acontece fuera de los escenarios de los campos de fútbol y de lugares como el antiguo Palacio de los Deportes, que vendió su nombre al más poderoso de los postores; llevábamos tiempo queriendo acercarnos a ese sector olvidado de la música en directo: Los conciertos para menores. Y saber qué ocurría y en qué consistía una experiencia alejada de esa noche madrileña que tanto nos apasiona.
Nuestro olfato nos llevó a parar en la Sala Barracudas, donde la tarde se vistió de rap a base de un cuatro por cuatro marcado por el bombo y la caja. Los anfitriones fueron los extremeños semi-afincados en Madrid, La H suena, y el barcelonés Ambkor quien goza de un acomodado leve reconocimiento a nivel nacional.
Y son esas características particulares las que hicieron que en la Sala Barracudas asistiéramos a un espectáculo que trascendía de lo musical hacia lo social, incluso metafísico, cuando veíamos al reducido público madrileño entregado al completo, cantando cada una de las canciones que los artistas recitaban del escenario. Todo ello con una pasión y una energía inagotables que duró durante todo el desarrollo del concierto, y hasta incluso más.
Se podría tratar de una especie de nuevo fenómeno fan, quizás aquel que perdió el rock hace alguna década. Y donde radica en el otro extremo de aquel concepto de comunidad, que coloca a sus propios ídolos de una manera individualista y propia en un espacio que no toma como referencia cuestiones externas. A todo ello se puede sumar que el Rap que ahí sonaba no era aquel que nacía en Brooklyn hace ya medio siglo, sino uno que ha abandonado la afirmación orgullosa característica, para sustituirla por un orgullo diferente con otra perspectiva más vulnerable y humana con la que la identificación produce un resultado más emotivo, más sentimental; como una especie de Beatles frente al rock clásico.
Si nos vamos a casa con algo, es con sorpresa y una reflexión. La sorpresa de la voz del artista a un volumen muy por debajo de los cantos del público y los fans esperando a la salida del camerino mientras hacíamos las entrevistas. Y la reflexión de que los jóvenes se merecen algo mejor en cuanto a la logística de asistir a conciertos. La ley o la industria, por lo visto se niegan a prestar la atención que se merece un sector de la población que cuando se le presenta la oportunidad, demuestra que tiene capacidad propia para aportar una rueda a este carro que cada vez deambula más a la deriva y muchos visionarios desde su despacho se siguen preguntando por qué.
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Texto: Diego Rodriguez Veiga (@diegoricks) / Imágen: Iván lionel
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