[su_heading size=»20″ margin=»0″]El Quinteto ejercía esa música que, entre fineza y delicadeza sonora, recorría cada centímetro de tu cuerpo amansándolo y abstrayéndolo de aquel lunes noche, de aquella sala a rebosar, de aquel invierno que se nos viene, de aquellos gobernantes y sus «valores añadidos» y de su puta madre.[/su_heading]
[su_dropcap]S[/su_dropcap]orprende ver un lunes por la noche una sala de conciertos con un lleno pleno, así sea la Clamores como cualquier otra. Sorprende, teniendo en cuenta el fatídico contexto cultural que tenemos en la actualidad, con gobernantes recortando futuro, reprimiendo respuestas y aumentando Impuestos de «Valor Añadido». Además, y si bien no vivimos en un país de corte puramente occidental al extremo, que bien adoctrinados están a salir solamente los fines de semana, sorprende de todas maneras que haya gente «osada» a ir a consumir cultura ni bien empieza la semana en lugar de preferir una ración de congeladas gambas y unos cuantos cubos de cerveza.
Sorprende ver a un público entregado, abducido a las notas vocales de una voz que te seduce y te lleva por recónditos parajes. Sorprende, sí, pero hasta que aquellas primeras notas comienzan a sonar, entonces más que sorprender se entiende ver a jóvenes, adultos y mayores absortos en una misma sala ante un elegante palpitar de un piano, pulcro y sublime o agitados ante la grave cadencia de un bajo que sube y baja incansablemente la senda de una enloquecida escala para que la fineza de la guitarra descargue así todo su potencial con un riquísimo solo. Evidentemente, las respuestas de la casualidad viajan en el asiento de atrás de un coche llevado «pesadamente» por la razón a quien es guiada por esa especie de «logica causal«.
[su_quote]No sorprendió en absoluto, entonces, que la gente embelesada se quedase cuando subidos al escenario de la mítica sala madrileña, Andrea Motis y Joan Chamorro con su quinteto que viene siendo habitual, comenzaron a desplegar todo su potente arsenal de clásicos del jazz y burlarse así del tiempo, de un pasado que aún sosiega nuestros oídos y de un futuro que más vivo que nunca esta gracias al presente de artistas jóvenes que ven en la música un medio constante y no un fin inconexo.[/su_quote]
La escalera de ascensión al limbo estuvo presente por la Sala Clamores el pasado lunes, mientras se entremezclaban las teclas de un frenético Hammond y un suave y sedoso piano, de un portentoso bajo acompasando la melodía mientras que una inquieta y rebelde guitarra, por entre medio de las notas, parecía quemar la oscuridad al mismo tiempo que la batería nos dejaba seducir por una placidez envidiable, dando paso a la figura de la noche, una joven aunque sólida voz, Andrea, que con una gran soltura y destreza, encandila al público ni bien comienza a cantar o a tocar las primeras notas de su trompeta.
Una voz desenvuelta, dócil, fina y suave, como una cucharada de miel en una garganta carrasposa, extraordinariamente arropada por una mas que afianzada banda, más que consolidada y con muchos años en los escenarios tanto nacionales como extranjeros, y que permiten a que esta joven de 18 años se maneje con comodidad dentro del escenario, ganándose la confianza del público y robándole sus oídos por algo más que un lunes a la noche.
[su_youtube url=»http://youtube.com/watch?v=cwtCx6YluWg» width=»460″ height=»260″]
El quinteto lo componen: