Aún no llegan a ser las 21hs de este último viernes 24 de Septiembre «pre-plebiscitario» catalán cuando nos encontramos con Daniel Higiénico en la Fídula antes de dar rienda suelta con su directo. El contexto geográfico de este sitio dedicado a la canción de autor en pleno centro lo hace aún más especial y único de lo que ya de por sí solo lo es. Un rincón casi secreto entre tanta pinta irlandesa y diversas «instituciones» gastronómicas por doquier que tanto abundan en la calle huertas de Madrid.

Antes de presentarse en directo, maleta en mano, Daniel comienza a organizar y acomodar todo su escaparate de merchandising que lo acompaña cada concierto. Vinilos de la Quartet Baño Band, aquella rara época donde un cantautor podía permitirse contar con un grupo de músicos que lo acompañe en sus directos («decidí que no podía seguir perdiendo dinero con la banda», nos cuenta luego.),  «cedés«, ejemplares de su última novela y hasta un gran roll up publicitándola.

Continuamente estamos insistiendo en la situación actual de los artistas de este país, de su incansable lucha y resistencia hacia una cultura que cada vez más parece que los margina (Ver Tras el Telón). Y aunque tal vez esa primera impresión de ver llegar a un artista con su maleta, cual feriante, y desplegar sus productos por el escenario, nos choque y rompa, para los que aún les quede, el mito de la «buena vida de artista», más tarde reflexionamos con Daniel y nos preguntamos si no es esa la verdadera esencia del arte. Y si que tal vez esa vida itinerante, inestable, gratificante en algunos aspectos e incomprendida en su gran mayoría, sea la verdadera libertad que cada creación artística necesita para no solo ser consumida, sino también incorporada. Si esa dificultad practicamente innata en la vida de la gran mayoría de los artistas tiene, en su fondo, alguna razón de ser…»¡Lo que quiero me cuesta, lo que busco no lo encuentro! Este es mi cuento, genio, este es mi cuento …»

Así es como vimos a Daniel Higiénico, un letrista mordaz que sacude a las palabras porque «no son más que palabras», comandante de una absurda nave que te lleva a los intrínsecos huecos de la cotidianeidad del ser humano, donde la posibilidad de leer un microrelato, maullar como un gato, o enamorarte de una oveja solo la elije el momento, autentica y verdadera libertad tanto intima como escénica de «hacer lo que crees que tienes que hacer»…