[su_dropcap]E[/su_dropcap]l Búho Real es una galería de madera con un escenario al fondo y a la izquierda una barra. Es un sitio para conciertos pequeños, íntimos, en los que banda y público están obligados a escucharse y molestarse la una a los otros. Por esto no queda fuera de lugar el grito que llega desde detrás de la barra, pasadas las 23hs del lunes 19 de noviembre, mientras «Los Gatos del Gitano» están en el medio de su actuación: «Si estamos en un concierto escuchamos por favor, ¡os lo pido de rodillas!». El rumorear disminuye, el encargado da las gracias y se vuelve a escuchar, por debajo de la música, solo el chocar de los botellines de cerveza.
Desde el comienzo del concierto, los Gatos animan la sala medio llena a latir las palmas y dar algún baile. Su estilo entre la bossa, el flamenco y el jazz suena familiar a un público recogido entre amigos y amigos de amigos – aunque «alguien que había dicho que venía, no vino», nos confesará ‘el Negro’ (Andres Ortiz, batería) después de la actuación. En uno de los primeros temas, «Chamberí» (que así sonó en la Clamores), es donde se aprecia el sello de la casa, musicalmente hablando: desde un arranque basado improvisado sobre «Come Together» de The Beatles se llega a un final gipsy-jazz, pasando por un cuento de amor urbano soltado a ritmo de bossa. Y embellecido, eso sí, por la originalidad de los solos de guitarra de Quique González. Mientras el pianista y productor que les acompaña (Josue Santos, un sosia de Moby) hace notar su presencia y enriquece cada pieza, los Gatos se dejan llevar por baladas como «No eras Tu»o «Magdalena», una escapada hacia el mundo pop que ni sorprende ni molesta pero hace cantar -y con ganas- al público en la sala.
Con el ligero olor a sudado digno de cualquier buen concierto, vuelven a darle al ritmo de la bossa en «vamos a contar mentiras», pasando al flamenco-blues del muy bueno y divertido tema «Café 31». Y antes de un final entre risas, el escenario es para la guitarra y la voz de Jaime Martín, con una pieza «que va de Madrí». Esa ciudad donde él, músico del sur, «disfruta de no ser nadie».
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